cenizas

En medio del silencio, las cenizas danzaban en el aire

En medio del silencio, las cenizas danzaban en el aire. Al aspirarlas, el penetrante y único olor a muerte inundaba mis pulmones. Aunque han transcurrido muchos años desde que abandoné aquel lugar, Auschwitz dejó una marca indeleble, no solo en forma de un número tatuado en mi piel, sino también en las profundidades de mi alma. La exposición de cabellos de mis hermanos y hermanas, usados para confeccionar ropas, el letrero de una vieja maleta cargada de esperanzas y sueños de un futuro mejor, el siniestro mensaje de bienvenida «Arbeit macht frei» –todo formaba parte de una pesadilla interminable que devoró a millones solo por tener una fe distinta.

Recuerdo ver montañas de zapatos diminutos de niños y niñas que fueron cruelmente arrancados de este mundo. ¿Qué maravillosas vidas habrían llevado si no hubiesen sido apagadas tan pronto? Cada vez que veo la sonrisa de un niño, pienso en la divinidad que se perdió al extinguirla. ¿Dónde estabas, Dios, cuando todo esto ocurría? ¿Acaso estabas disfrutando del derrumbe de tu obra maestra?

Tras aquel infierno, pensé que el mundo habría aprendido la lección. Pero desperté de ese sueño un día de septiembre en Nueva York, cuando de nuevo el fanatismo cegó vidas inocentes. Y hoy, al ver que quienes una vez fueron víctimas ahora se convierten en verdugos, no puedo evitar preguntarme: ¿realmente existes?

Todo el sufrimiento y dolor acumulado a lo largo de la historia se condensa en mi alma. Imploro un signo, una chispa de esperanza, una razón para creer en ti nuevamente. Pero en medio de mi desesperación, un viento suave acaricia mi rostro, una mariposa se posa en mi hombro, escucho el canto de un pájaro, observo la sonrisa de un niño, el regocijo de una niña, el abrazo amoroso de mi esposa. Y en ese instante, todo cobra sentido. La respuesta a todos mis cuestionamientos se sintetiza en una palabra: ¡libertad!