¿Y dónde quedó el niño?

El Niño Interior

El Niño Interior. Al reflexionar sobre aquel niño que fui, deseo reencontrarme con esa chispa, esa mirada asombrada ante las maravillas cotidianas.

Me imagino sentado con él, en medio de un parque, hablándole sobre las inquietudes de mi vida adulta. Estoy seguro de que mientras le cuento, él jugaría despreocupadamente, deteniéndome con una sonrisa genuina y transparente.

Probablemente, mis preocupaciones diarias le resultarían extrañas. Su mundo gira en torno a construir castillos de arena o saltar en los charcos bajo la lluvia.

Observando su entusiasmo, recordaría esos deseos ilimitados de la niñez, donde los sueños son tan vastos como el universo y no hay espacio para dudas o inseguridades. Como señala Carlos Devis, el niño en su interior ve más allá de las convenciones, imaginando grandes hazañas y aventuras.

Para ese niño, las estadísticas, la economía y las preocupaciones mundanas no existen. Solo vive el presente, esperando momentos especiales, como la Navidad o ver su programa favorito un domingo por la mañana.

Si pudiéramos vivir con esa mentalidad infantil, los problemas parecerían más pequeños. Las adversidades pasadas se convierten en pruebas de que podemos superar cualquier cosa con la actitud adecuada. Los ojos de un niño nos recuerdan que la verdadera felicidad se encuentra en los momentos simples.

La vida, a través de mis ojos, ha sido una reflexión continua sobre su significado. Sin embargo, estoy convencido de que vivir implica tocar e influir en tantas vidas como sea posible. Y curiosamente, eso es lo que hacemos naturalmente cuando somos niños: vivimos plenamente cada instante.

La esencia de un niño radica en su sonrisa genuina y en su habilidad para conectarse con otros sin prejuicios o expectativas. En momentos difíciles, es crucial preguntarnos: ¿Cuánto de mi esencia infantil está presente? Y, ¿cómo puedo impactar positivamente a otros?

Aunque pueda ser un reto ver el mundo con ojos de niño, hacerlo nos aporta una perspectiva fresca. Un simple saludo, una palabra amable o un gesto de cariño puede cambiar el día de alguien.

Te animo a vivir con el entusiasmo de un niño, a influir positivamente en quienes te rodean, y a atesorar esos momentos en los que te cruzas con una mirada infantil. En esos ojos, descubrirás el valor de vivir con autenticidad y alegría.