Ira y Melancolía
Ira y Melancolía. Al cabo de milenios compartiendo senderos de forma inadvertida, estas dos fuerzas vitales de la existencia humana finalmente se encontraron cara a cara. La Ira, siempre apresurada, desconociendo incluso su propio destino, engendra división, aversión y rencor, sembrando un legado de sufrimiento cuyas dimensiones ni siquiera ella alcanza a comprender. En algunos seres, su huella se graba como una maldición perpetua. La Melancolía, por su parte, avanza con calma letal, a veces permaneciendo con las almas hasta el último suspiro, impregnándolas de un dolor profundo y paciente, infligiendo un tormento tan persistente que, cuanto más se intenta desvanecer, más se arraiga, inspirando poesías, melodías y sinfonías a aquellos que no logran desprenderse de su abrazo.
Ira y Melancolía, tantas veces malditas, se hallaron frente a frente junto a la serenidad de un lago. Después de un tiempo de mutua contemplación, decidieron intercambiar sus ropajes, reconociendo que la Ira no es más que una Melancolía intensa y que la Melancolía es, en su núcleo, Ira contenida.
Llegaron a la conclusión de que, en su esencia, ambas eran una misma entidad; la Melancolía era en realidad el germen de la Ira, y que no había cólera que no se alimentara de ella. Así, se propusieron socavar la nobleza humana.
Ambas anhelaban corromper el núcleo de la creación: la alegría. Decidieron anidar en lo más profundo del ser humano con la intención de desmoronarlo, para que abandonara este mundo cargado de amargura y quejas. Sin embargo, en aquel lago tranquilo, la Comprensión se manifestó ante la Ira, buscando siempre entender y ofreciendo la compasión como su antídoto, acompañada fielmente del perdón. Frente a la Melancolía surgió la Admiración, deleitándose en cada momento con los milagros de la naturaleza y la magnanimidad humana. La Comprensión y la Admiración decidieron no luchar contra la Ira o la Melancolía, sino sorprender a la humanidad, enseñándola a perdonar y olvidar, a privilegiar la dicha por encima del dolor, ya que no tienen enemigos y su propósito es realzar la belleza de la humanidad.
Los líderes entienden que lo esencial es repudiar la Ira y la Melancolía. Aunque las experimentan, no permiten que dominen su espíritu; su elección es la Comprensión y la Admiración, las cuales son invencibles ante la Ira y la Melancolía. Por ello, dedican sus vidas a construir y no a destruir.