Inteligencia Emocional en Práctica
La inteligencia emocional en practica es la capacidad que tenemos los seres humanos para:
Conocer nuestras propias emociones (reconocer un sentimiento mientra ocurre) esto es darnos cuenta de nuestra emociones en el acto
Guiar las emociones (manejar sentimientos para que sean adecuados) no dejarse llevar, si no mas bien llevar nuestras emociones adecuadamente.
Controlar la propia motivación (ordenar emociones al servicio de un objetivo), De nada sirven emociones como la tristeza y el miedo, si se quiere tener motivación para conseguir algo en la vida, con ayuda de la inteligencia emocional se puede controlar la motivación a través de emociones acordes con el proceso que se vive.
Reconocer emociones de los demás (desarrollar empatía que es la habilidad fundada en la adaptación a las sutiles señales sociales que indican los que otros necesitan o quieren).
Manejar las relaciones (manejar las emociones de los demás)
Hombres y mujeres con una inteligencia emocional desarrollada se comportan: sociales y alegres, con una notable capacidad de compromiso, asumiendo responsabilidades, siendo solidarios, expresando sentimientos abierta y adecuadamente y comunicándose en forma fluida. Todas las emociones son, en esencia, impulsos que nos llevan a actuar, programas de reacción automática con los que nos ha dotado la evolución.
La misma raíz etimológica de la palabra emoción proviene del verbo latino movere (que significa «moverse») más el prefijo «e-», significando algo así como «movimiento hacia» y sugiriendo, de ese modo, que en toda emoción hay implícita una tendencia a la acción. Basta con observar a los niños o a los animales para darnos cuenta de que las emociones conducen a la acción; es sólo en el mundo «civilizado» de los adultos en donde nos encontramos con esa extraña anomalía del reino animal en la que las emociones y los impulsos básicos que nos incitan a actuar parecen hallarse divorciadas de las reacciones.
La aparición de nuevos métodos para profundizar en el estudio del cuerpo
Y del cerebro confirma cada vez con mayor detalle la forma en que cada emoción predispone al cuerpo a un tipo diferente de respuesta. Enojarse aumenta el flujo sanguíneo a las manos, haciendo más fácil empuñar un arma o golpear a un enemigo; también aumenta el ritmo cardiaco y la tasa de hormonas que, como la adrenalina, generan la cantidad de energía necesaria para acometer acciones vigorosas.
En el caso del miedo, la sangre se retira del rostro (lo que explica la palidez y la sensación de «quedarse frío») y fluye a la musculatura esquelética larga – como las piernas, por ejemplo – favoreciendo así la huida. Al mismo tiempo, el cuerpo parece paralizarse, aunque sólo sea un instante, para calibrar, tal vez, si el hecho de ocultarse pudiera ser una respuesta más adecuada. Las conexiones nerviosas de los centros emocionales del cerebro desencadenan también una respuesta hormonal que pone al cuerpo en estado de alerta general, sumiéndolo en la inquietud y predisponiéndolo para la acción, mientras la atención se fija en la amenaza inmediata con el fin de evaluar la respuesta más apropiada.