Frases de Martin Lutero

Frases de Martin Lutero

 

Frases de Martín Lutero (1483-1546) monje, teólogo, reformador de la iglesia alemán, reformador y precursor de la iglesia protestante. Nació en Eisleben, Alemania; estudió en la Universidad de Erfurt, recibió la licenciatura en 1502 y una maestría en 1505.

Frases de Martín Lutero

Me gustaría ver todas las artes, sobre todo, la música, al servicio del que la dio y creó.

Castillo fuerte es nuestro Dios, defensa y buen escudo.

Sería un Dios pobre si tuviese que indicar a cualquier tonto la causa y darle cuenta por qué realiza esta obra o aquélla. Conformemonos con su palabra en la cual nos revela su voluntad.

Todos los dones de Dios e instrumentos y habilidades naturales son perjudiciales en los impíos. En cambio, en los piadosos son saludables.

¡Hombre! ¿Qué estás haciendo? ¿No puedes pensar en otra cosa que en tus pecados, tu muerte y tu condenación? Aparta enseguida la vista y mira hacia acá al hombre llamado Cristo.

A uno Dios lo condena, y a otro lo justifica y los salva. No nos incumbe investigar por qué lo hace. Más bien hemos de aceptarlo y creer que no lo hace sin motivo cierto.

Como en la sociedad no necesitamos diariamente la compañía de todos los buenos amigos, sino la de algunos pocos y selectos, así debemos acostumbrarnos a los mejores libros, familiarizarnos con ellos y conocerlos a fondo.

Ser cristiano significa tener el evangelio y creer en Cristo.

La fe viene sólo del Espíritu Santo que la crea sin nuestra intervención y colaboración. Es la obra propia de Dios. No intervienen nuestras facultades y nuestro libre albedrío. Esta fe tolera solamente que el Espíritu Santo la moldee y la forme como el alfarero hace una vasija de barro o arcilla.

¿Puede haber entre todos los nombres uno que nos relacione mejor con Dios que el nombre de Padre?

Todos los doctores de la Sagrada Escritura están de acuerdo en afirmar que la oración, por carácter y naturaleza, no es sino la elevación del corazón a Dios.

La primera y suprema de todas las buenas obras más nobles es la fe en Cristo.

Hay que escudriñar la Escritura, no juzgar. Uno no debe ser maestro de la Escritura, sino su discípulo.

Ya no es posible que el alma sea condenada por sus pecados, una vez que éstos también son de Cristo, en el cual han perecido.

Todos los cristianos son sacerdotes.

El cristiano no vive en sí mismo, sino en Cristo y el prójimo, en Cristo por la fe, en el prójimo por el amor.

Fuera de ti, Señor, nadie puede perdonar.

El corazón debería brincar y rebosar de puro gozo al poder poner en práctica lo que Dios ha ordenado.

Se considera en la Sagrada Escritura como el mayor castigo y como señal de la ira divina, si Dios retira a los hombres su palabra.

Para que te sea posible salir de ti mismo, esto es, de tu perdición, Dios te presenta a su amadísimo Hijo Jesucristo.

La fe… une al alma con Cristo, como la esposa se une con su esposo.

Al apropiarse Cristo del pecado del alma creyente en virtud del anillo de bodas de ésta, es decir, por su fe, es como si Cristo mismo hubiera cometido el pecado: de donde resulta que los pecados son absorbidos por Cristo y perecen en Él: que no hay pecado capaz de resistir la invencible justicia de Cristo.

El evangelio es un discurso sobre Cristo; anuncia que es Hijo de Dios y se hizo hombre por nosotros, murió y resucitó y fue puesto como Señor sobre todas las cosas.

El evangelio en verdad no es un libro de leyes y mandamientos que existe para que nosotros obremos sino es un libro de promesas divinas, el en cual Dios nos promete, ofrece y da toda su bondad y favor en Cristo.

El cristiano es señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie. El cristiano es servidor de todas las cosas y está sometido a todos.

El amor es servicial.

El alma puede prescindir de todo, menos la palabra de Dios; fuera de ésta, nada existe con qué auxiliar al alma.

Cuando la ley actúa sin el auxilio del evangelio, todo es muerte e infierno y el hombre se hunde en la desesperación.

Dios, gracias a Cristo, nuestro mediador, quiere considerarnos y de hecho nos considera ya justos y santificados. Si bien el pecado en la carne ni está borrado ni ha perecido, Dios no quiere imputárnoslo ni tenerlo en cuenta.

Creo que ni por mi propia razón ni por mis propias fuerzas soy capaz de creer en Jesucristo, mi Señor, y allegarme a él; sino que el Espíritu Santo me ha llamado mediante el evangelio.

Se santifica el nombre de Dios cuando la palabra divina es enseñada con pureza y rectitud y nosotros vivíamos santamente, como hijos de Dios, conforme a ella.

Martín Lutero