El Sabor del Recuerdo
El Sabor del Recuerdo. Hay un sabor que trasciende fronteras, tradiciones y épocas: el sabor de la comida de mamá. Para muchos, su hogar supera a cualquier restaurante estrella Michelin.
Las tortillas calientes, moldeadas a mano, el reconfortante caldo de pollo que abriga el alma en días difíciles, el arroz con verduras que evoca tardes soleadas, postres que traen alegría instantánea, o ese platillo ancestral transmitido de abuela a madre, y de madre a hijo.
Mi intención no es despertar tus antojos o hacerte salivar con estas evocaciones. Lo que busco es que reflexionemos sobre el verdadero condimento que realza cada preparación: el AMOR.
Se dice que si decides unirte en matrimonio, aprender a cocinar es esencial. Pero, si no cocinas con amor, incluso el agua podría quemarse bajo tus manos. En la vida, y no solo en la cocina, la calidad y la intención con que hacemos las cosas son cruciales.
Realizar acciones sin propósito o a medias no tiene el mismo valor que entregarse por completo a una pasión o un objetivo. Cuando decimos “lo hice por amor al arte”, no solo hacemos referencia a no obtener una retribución económica, sino a que el verdadero pago es la satisfacción del alma.
Incrustado en este principio se halla un secreto: cuando actuamos guiados por amor, los resultados suelen ser superiores. Por ello, el arroz de mamá es incomparable. No es por la receta, sino por el amor vertido en cada paso.
Actuar por amor y no por deber transforma lo ordinario en extraordinario. Un simple saludo al vecino, ayudar a un extraño, conversar con un desconocido, emprender un proyecto, o compartir con la familia, todo adquiere una nueva dimensión cuando añadimos ese toque especial.
Permíteme compartir una emotiva historia que ocurrió en Monterrey, N.L., que ejemplifica el poder del amor:
“Tras el fallecimiento de su esposo, Rosa temía el día de San Valentín. Por años, recibía un ramo de rosas con una nota: «Mi amor crece cada año». Este sería el primer año sin esas flores. Sin embargo, el día llegó y, contra todo pronóstico, las rosas también. La nota decía: «Te Amo». Al contactar la florería, descubrió que su esposo había pagado ramos por el resto de su vida. La tarjeta, escrita de su puño y letra, decía: «Aunque ya no esté, mi amor será eterno. Las flores seguirán llegando, y el día que no abras la puerta, sabrán que hemos vuelto a estar juntos».
Al final del camino, partimos con las manos vacías. Pero lo que dejamos atrás es el legado de actos realizados con amor, desde un gesto simple hasta el más grandioso de los detalles.