El Perdón: un favor a uno mismo

El Perdón: un favor a uno mismo

El Perdón: un favor a uno mismo. Al perdonar a la persona que me hizo daño, no le estoy haciendo un favor a ella, me lo estoy haciendo a mi mismo.

Dentro de la escuela de la vida, el perdón es una de las materias más difíciles de aprender. Consideramos que guardar rencor es más fácil y más seguro, ya que esto impide que las personas que en algún momento nos hicieron daño, nos vuelvan a lastimar. Nada está más lejos de la verdad.

Tenemos que ser conscientes que el perdonar nos hace libres, nos quita la carga. Recordemos que la energía acumulada en nuestro organismo por el rencor, baja nuestras defensas desencadenando enfermedades que, de manera gradual, pueden causarnos hasta la muerte, como por ejemplo el cáncer.

Sólo basta perdonar para darnos la oportunidad de vivir en libertad. No es necesario que la persona a la que perdonamos se entere. Tampoco tenemos que reiniciar la relación si no lo deseamos. Tampoco se trata de olvidar. El perdón nos sirve para que este tipo de recuerdos no nos dañe más, para que ya no nos duelan. El perdón es para el bien de la persona que perdona.

Es necesario antes de perdonar a los demás, aprender a perdonarnos a nosotros mismos. Dejar de atormentarnos por lo que hicimos o dejamos de hacer. Elimina la culpabilidad de tu esquema de vida y en su lugar saca provecho de tus errores aprendiendo de ellos y no volviéndolos a cometer.

¿Qué hace falta para perdonar?

Enfrentar abiertamente el dolor (reconocer que estamos heridos y que el proceder de esa persona sí nos afectó, nos hizo daño.

Evaluar lo que nos cuesta aquello que perdimos. Esto significa calibrar lo que nos quito, hacer un recuento real de lo que perdimos y reconocer el valor que eso tenia para nosotros.

Regalar mentalmente lo que perdimos, pensar que decidimos obsequiárselo. No lo merece, pero como de cualquier modo ya no lo tenemos vamos a volvernos mentalmente su amigo, tratar de ponernos en sus zapatos, comprender sus razones. Justificar sus impulsos y decirle con nuestro pensamiento: «Eso que me quitaste quiero pensar que te lo regalo”.

Este ultimo paso es el verdadero perdón, es el giro definitivo. Sin él no hay nada; con él, todo.
El perdón es un obsequio. Igual que el verdadero AMOR. El amor real jamás podrá ser premio, el amor es un regalo. Los seres humanos superiores son capaces de decirle a sus hijos y a su pareja: «Te amo no como premio a tu conducta sino a pesar de tu conducta..».

Nadie que condicione su cariño a alguien lo ama verdaderamente,
solo alcanza la plenitud de la vida quienes asimilan y practican el perdón. La única manera de extraer de nuestro cuerpo el veneno que nos inyectan otros es perdonando.

Hay en el perdón una fuerza espiritual liberadora que genera en lo más hondo de nuestro ser una inexplicable sensación de paz interior, de agradable sensación de libertad que hace renacer en nosotros las ganas de amar y de reiniciar la vida.

Con el sentimiento de venganza ocurre todo lo contrario: Nos sentimos esclavos de una angustia extraña que nos devora y aprisiona nuestro ánimo, sumiéndonos en una agonía atroz que nos ciega y nos impide ver cuán equivocados estamos. Y es que ser vengativo es ser suicida, pues morimos en cada ráfaga de odio que emana de esa fuerza negativa que crece en nuestro interior.

El sentimiento de venganza es como una termita que, sin darte cuenta, te corroe dentro, muy profundamente sin que podamos advertirlo. De aquí que cada acto de venganza sea una batalla perdida en el plano espiritual. La venganza clama por sangre, el perdón no; la venganza es camino hacia la sombra, hacia la confusión; el perdón es camino hacia la luz y el entendimiento.

Aquel que vive alimentando el sentimiento de venganza muere lentamente y en torno a él lo trágico exhibe su feo rostro. El que perdona está mucho más cerca de la felicidad que el vengativo y casi siempre le rodea la paz y el amor.

Es, la venganza, un peligroso laberinto donde todo es oscuro; el perdón, en cambio, nos conduce por un sendero iluminado en el que podemos alcanzar a ver el horizonte azul de la vida.

Pocas cosas pueden causar más placer que el perdonar; pocas acciones del hombre pueden producir mayores energías positivas que la acción de perdonar. Decir “te perdono” –dos palabras, nueve letras– puede transformar dos vidas o más…hasta pueblos enteros. Escoger un día –una mañana o una noche quizá– y reflexionar a partir de eso que sentimos contra alguien –una amiga, un vecino, un hermano, un compañero de trabajo– puede constituir un buen comienzo para ejercitarnos en el perdón como fuerza espiritual liberadora.

Así como una planta necesita de la luz solar para crecer, nosotros también necesitamos del perdón para poder crecer espiritualmente. Cuando albergamos pensamientos negativos, nos alejamos del amor.

Puede que nos hayamos sumido en el pasado debido a una circunstancia que parece impedir nuestro avance. Cuando soltamos eso, reconocemos que Dios está a cargo. Pero ¿cómo podemos hacer esto? Al dirigirnos a Dios en oración y meditación, permitimos que Su amor fluya en nosotros y de nosotros por medio de nuestras palabras y acciones. El perdón nos sana en mente y cuerpo.

Mientras no podemos cambiar el pasado, podemos aprender y crecer de nuestras experiencias. Una vez que estemos en paz con nosotros mismos, veremos que es más fácil hacer frente a otros y abrir las líneas de comunicación que anteriormente se habían cerrado debido a un malentendido.

A medida que perdonamos, permitimos que el amor divino nos libere de las cargas de negatividad y nos inspire. De este modo, el amor de Dios nos ilumina plenamente y las sombras de duda y temor son destituidas. La armonía se restablece una vez más y nuestras relaciones personales pueden continuar en paz.