Ecos en la Oscuridad
Ecos en la Oscuridad. En el abrazo de la noche perpetua en que vivo, encuentro un curioso consuelo en la quietud que me rodea. El silencio se convierte en un cómplice que, a pesar de mi oscuridad, danza al ritmo de las risas de mi pequeño, se entrelaza con el afecto palpable en las manos trabajadoras de mi esposa y se sobresalta con los llamados entusiastas de mi amigo Antonio. Él, bendecido con la vista pero olvidadizo de que mi mundo sin imágenes no ha apagado mi capacidad de oír, vocifera como si quisiera que su voz se convirtiera en luz.
A diario, me dispongo a montar nuevamente mi fiel compañero equino. Aries, así lo llamo, un nombre que evoca la fuerza de un guerrero y la osadía de un líder zodiacal. Él es mis ojos cuando surcamos juntos los caminos. Con su trote firme me regala la ilusión de ver, sentir el viento que juega con mis cabellos y me susurra secretos del horizonte inalcanzable. En ese galope siento la libertad fluir por mis venas, una libertad que Aries me concede generosamente, pues su nobleza y lealtad depositan en mi corazón una confianza ciega. Me llena de una música interna que me eleva y, por momentos, desearía poder cantarle al mundo entero, expresar con voz lo que siento en vuelo. Pero debo esperar, contener la melodía en mi garganta hasta mañana. Mañana, la sinfonía de mi alma será liberada, y prometo que será una interpretación sin igual, un canto de mi ser que el mundo jamás ha escuchado.
Pienso a menudo en ti, Ludwig, en tu desesperación silenciosa, en cómo la música que creabas ya no podía ser captada por tus oídos. Imagino las notas reverberando en las paredes de tu mente, transformando cada ápice de desaliento en una fuente de inspiración sublime. Me pregunto, en tu novena sinfonía, en ese himno inmortal a la alegría, ¿encontraste un reflejo de tu existencia? No tengo las respuestas, pero comprendo que mi ceguera dialoga en el mismo idioma que tu sordera.
Mis amores son como estrellas en mi firmamento oscuro, cada uno brillando con una luz distinta y especial. Pero hay una estrella que resplandece con una luz singular, que anhelo en cada despertar. Ella es la que da sentido a mi existencia, la musa que hace años despertó mi alma, inundándola con una luminosidad que mis ojos físicos ya no pueden percibir. Su amor es el faro que guía mi camino en la penumbra. Y aunque el mundo esté en silencio o repleto de voces, necesito cantar, dejar que mi corazón encuentre expresión en la melodía. Canto por ella, solo por ella, un canto que es un eco de mi amor inextinguible.