Alejandro Magno
Alejandro Magno, nacido en el año 356 a.C. en Pela, la capital macedonia, era hijo de Filipo II de Macedonia y Olimpia. Aunque Macedonia, ubicada al norte de la antigua Grecia, no era parte integral del mundo griego, estaba profundamente influenciada por la lengua, cultura y costumbres griegas, lo que llevó a algunos de sus reyes a reivindicar un lugar para su pueblo entre los helenos.
Bajo el reinado de Filipo II (359-336 a.C.), esta aspiración se materializó, y Macedonia se convirtió en la líder reconocida del mundo heleno, que estaba fragmentado por conflictos entre las polis y debilitado por guerras prolongadas como la del Peloponeso (431-404 a.C.). Filipo cimentó su poder mediante el control de la aristocracia, la reestructuración del ejército —incluyendo la creación de la falange, una unidad de infantería pesada armada con lanzas largas— y la explotación de las minas de oro de Pangeo.
Entretanto, Alejandro se formaba para suceder a su padre. En 342 a.C., Aristóteles mismo se convirtió en su tutor, y aunque intentó inculcarle conocimientos en diversos campos del saber, Alejandro mostró una inclinación más fuerte hacia la carrera militar que hacia las letras.
Tras el asesinato de su padre, Alejandro heredó el trono de Macedonia en 336 a.C. y subyugó a las ciudades griegas que se rebelaron, incluida la emblemática Tebas. Fue designado General de los ejércitos en Corintio para combatir a los persas, vengar las guerras médicas, colonizar Asia Menor y liberar a las ciudades bajo el yugo persa desde 386 a.C., ganándose así el epíteto de «El Grande».
En 334 a.C., venció a las fuerzas de Darío III en el río Gránico, liberando a las ciudades costeras de Asia Menor y, posteriormente, a las del interior. En 333 a.C., tras atravesar Frigia, derrotó en Issos al ejército persa que bloqueaba su avance hacia Fenicia y Egipto. Un año más tarde, conquistó Tiro, invadió Egipto, fundó Alejandría y fue proclamado hijo de Amón.
Alejandro rehusó ofertas de paz de Darío y vislumbró la creación de un imperio mundial. En 331 a.C., aniquiló al ejército de Darío en Gaugamela, permitiéndole tomar control de Babilonia, Susa, Ecbatana y Persépolis, que fue incendiada en represalia. Tras la muerte de Darío III en 330 a.C., se proclamó su sucesor y consolidó su dominio mediante expediciones y alianzas, como su matrimonio con Roxana, princesa de Bactriana.
En 327 a.C., Alejandro avanzó hacia la India, derrotó al rey Porus y, al llegar al río Hífasis, tuvo que retroceder debido al agotamiento de sus tropas. Regresó a Susa en 324 a.C., donde abordó la corrupción y el descontento surgidos en su ausencia. Falleció un año después por fiebres, dejando un vacío de poder que resultó en la división de su imperio entre sus generales.
A pesar de los conflictos, la influencia de Alejandro fue notablemente positiva y civilizadora, al facilitar la difusión de la cultura helénica en Asia y África. Sin embargo, su muerte estuvo rodeada de misterio y el lugar de su descanso final se convirtió en leyenda, con diferentes regiones reclamando ser la última morada de este insigne conquistador. Alejandro Magno, cuyas hazañas son envidiadas incluso por los «héroes» modernos, fue uno de los mayores conquistadores de la historia, destacándose por su estrategia militar y la rapidez de sus conquistas.
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