¿Viajero de Vida o Aventurero del Alma?
¿Viajero de Vida o Aventurero del Alma? Un buen amigo, con recursos, relataba sus aventuras por Europa. Me asombraba la vividez de sus relatos; desde un encuentro casual en un bar en España hasta colarse en una audiencia papal en Roma.
Con frecuencia, recorría ciudades tan rápidamente que apenas las experimentaba. Planificaba meticulosamente sus viajes, y cualquier imprevisto le generaba frustración.
Esto se asemeja a cómo vivimos. A menudo somos turistas en nuestra propia existencia, planificando cada detalle. Según Ignacio Larrañaga, un turista tiene todo bajo control: dónde y cuándo descansar, qué ver. Sin embargo, la obsesión por la planificación puede eclipsar el disfrute del viaje. En su afán de marcar logros, olvida saborear el momento presente.
En términos figurados, los «turistas» de la vida trabajan incesantemente pero no comparten con su familia o buscan mejorar externamente sin nutrir el interior.
Por otro lado, el «peregrino» vive con espontaneidad. No está atado a un plan rígido. Valora las experiencias y las conexiones humanas por encima del destino. Mientras el turista teme lo desconocido, el peregrino abraza la aventura, sabiendo que de los riesgos vienen las enseñanzas.
El peregrino no compite ni compara. Reconoce que cada uno tiene su ritmo y aprendizaje. Vive el presente sin agobiarse por el futuro. Si bien tiene metas, está dispuesto a adaptarse a las sorpresas del camino, confiando en que todo tiene un propósito.
No es cuestión de abandonar metas, sino de entender que lo que verdaderamente importa es el viaje, no el punto de llegada. Aprecia las sorpresas del recorrido. La próxima vez que te embarques en una aventura, recuerda disfrutar cada paso. Vive con el corazón de un peregrino.