El Fantasma de la Inacción
El Fantasma de la Inacción. Me identifico como el pecado más grande y lamentable de la humanidad, la omisión. En el escenario de mi carrera profesional, tuve la oportunidad de sobresalir, de ir más allá de mi formación y la época que me fue dada, pero no me sumergí en ella con la fervorosa entrega que se merecía. Transitaba por mi trabajo, pero nunca lo honré con la plenitud de mi ser, siempre guardé una distancia, nunca ofrecí la esencia de mi pasión.
Se ha desdibujado en mi memoria el recuerdo de haber expresado amor a mis progenitores. Esperaron, inútilmente, mi regreso, el confort y el afecto que les correspondía por derecho, y ahora, en su ausencia, la autorecriminación es mi sombra, acosándome por no haber sido el hijo que potencialmente podía haber sido.
Cuánto le pude haber dado a mi compañera de vida, a la cual ahora apenas puedo recordar cuándo fue la última vez que le entregué un beso cargado de ternura y una fracción de mi alma. Oportunidades de amarla sobraron, pero no supe, o no quise, apreciar la luz que me acompañaba cada día sin fallar.
A mi país, podría haberle ofrecido un amor y servicio de un ciudadano modelo, pero me rehusé a alzar la voz contra sus detractores y contra aquellos que día a día contribuían a su declive. Participé en la política de intereses egoístas y la explotación, convirtiéndome en uno más en la fila de aquellos que, con fines corruptos, se beneficiaron de su generosidad y abundancia.
Me llamo Omisión: la suma de todas las versiones de mí que nunca llegaron a ser porque no tuve el valor de siquiera intentarlo. Sí, lo contemplé, pero jamás transformé mis pensamientos en acciones concretas. La falta de valentía para perseguir mis objetivos, la razón: el Miedo, el terror a erigirme en un ser genuino, leal a mi esencia y a mis aspiraciones. Ese miedo me sumergió en el abismo del cinismo.
Ahora, con un corazón cargado de remordimientos, lamento nunca haberme esforzado por ser un verdadero hijo de Dios.
Quizás Él, cuya misericordia es infinita, logre entender por qué traicioné su magnífico sueño de creación. Me presento ante Él vacío y colmado de frustración, implorando una nueva oportunidad para que, desde este momento, me atreva a colmar mi vida con desafíos, a llenar cada segundo con actos de valentía y significado, para finalmente caer exhausto cada noche, pero en una paz merecida y profunda.