La Leyenda de la Doncella Celestial
La Leyenda de la Doncella Celestial. En una tribu antigua, resguardada por las sombras de los árboles milenarios y el susurro de los vientos ancestrales, aconteció un misterio que envolvía a su valioso rebaño de vacas lecheras. Cada tarde, los aldeanos observaban con satisfacción cómo las ubres se llenaban prometiendo una abundante recolección; sin embargo, con el alba, descubrían desconcertados que las vacas aparecían ordeñadas sin que nadie pudiera explicar el enigma.
El jefe de la tribu, un guerrero de renombre y valentía, decidió desvelar el secreto que turbaba la paz de su gente. Oculto en la penumbra, aguardó hasta que la luna iluminó la figura etérea de una doncella descendiendo del firmamento. Con movimientos suaves y silenciosos, ella ordeñaba las vacas y, terminada su labor, ascendía con la leche hacia las estrellas.
Decidido a confrontarla, la noche siguiente el guerrero ideó una estratagema para capturarla. Atrapada, la doncella celestial confesó que debía llevar la leche al cielo, donde los dioses padecían escasez. Suplicó su liberación, ofreciendo en retorno conceder cualquier deseo. Cautivado por su belleza y su gracia, el guerrero le propuso matrimonio. Ella, ligada a su promesa, aceptó con una sola condición: debía ausentarse brevemente para despedirse de los dioses y traería consigo un baúl que él juraría jamás abrir.
Cumpliendo su palabra, la doncella volvió y contrajeron nupcias, colocando el misterioso baúl en un rincón de su nuevo hogar. La vida transcurría en armonía hasta que un día, la curiosidad venció al guerrero mientras su esposa recolectaba frutos del bosque. Abrió el baúl, pero encontró solo vacío.
Al regreso de la doncella, la verdad quedó al descubierto. Su mirada delató la traición. Ella, con una mezcla de tristeza y resignación, le reveló que el baúl contenía todas sus estrellas, invisibles para él por la limitación de su espíritu. No era la acción de abrir el baúl lo que sellaba su partida, sino la incapacidad de él para ver más allá de lo tangible, de compartir y comprender el universo que ella llevaba dentro.
Con estas últimas palabras, ella le impartió la esencia del amor verdadero: no es simplemente mirar el uno al otro, sino compartir una visión común, mirar en la misma dirección hacia un horizonte compartido. Y con la misma gracia que había descendido, la doncella regresó al cielo, dejando al guerrero con su rebaño de vacas, una lección inmortal, y un corazón anhelante de estrellas que nunca supo apreciar.